viernes, marzo 24, 2017

Paisajes

Nací en Monterrey, en medio de montañas y muy cerca de los ojos de agua de Santa Lucía.
Era 1963, la ciudad crecía y poco a poco se iba formando el área metropolitana.
En 1967 nos mudamos a Santa Catarina, a la Unidad Habitacional Adolfo López Mateos, ahí pasé mi infancia, en las faldas del Cerro de las Mitras.
Antes de cumplir los diez años mis padres se separaron y fui a dar a la casa de mi abuela en Cd. Juárez, Chihuahua. Otro clima, otro ambiente, no comprendía.
Una tarde entré a escondidas al cuarto de mis tíos y descubrí un libro: “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach y lo leí, cada tarde leía un pedacito y lo dejaba donde mismo, hasta que lo terminé.
Después de seis meses regresé, mi mamá nos reunió, consiguió trabajo de maestra en Cadereyta y ahí nos fuimos a vivir un tiempo. Mi tía Laura vivía con nosotros y nos contaba cuentos para dormir, recuerdo El Príncipe feliz de Oscar Wilde.

Al empezar la secundaria regresamos a Santa Catarina. Me llamaba la atención la maestra de Español, muy diferente y me marcó cuando nos leyó un fragmento de El laberinto de la soledad.

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